El primer contacto con el candomblé, una religión surgida en Brasil entre los esclavos africanos, lo tuvo en 1994, con motivo de una exposición organizada por sus amigos Fernando y Hortensia en el Baluarte de Candelaria de Cádiz. El vestuario litúrgico, los atabales, los símbolos de los orixás y, sobre todo, las fotos y vídeos de los ritos de posesión provocaron en él un fuerte impacto que removió sus miedos ancestrales.
Quizás fueran los genes de su tatarabuela, cuya negritud era tan evidente que la única foto que de ella se conservaba fue ocultada por sus descendientes, que no tenían reparos en contar que sus antepasados habaneros habían tenido esclavos, pero se negaban a admitir cualquier mezcla de sangres.
Diez años después, con ocasión de un viaje a San Salvador de Bahía de Todos los Santos, tuvo ocasión de asistir por primera vez a una sesión de candomblé.
Al día siguiente de aterrizar en Bahía y siguiendo las indicaciones de sus amigos, visitó el popular barrio del Pelourinho, en donde transcurren varias de las novelas de Jorge Amado. En la parte alta de la Baixa da Zapateira, mientras recordaba a algunos de los personajes de Amado, le llamó la atención la música sencilla y rítmica que salía de un sótano. Era la mítica escuela de capoeira de Mestre Bimbo, donde pudo seguir los ejercicios de un grupo de luchadores entre los que destacaba un cojo que se apoyaba en una pata de palo. El fuerte aroma de la maconha que fumaban algunos de los asistentes, y que le habría encantado probar, no era suficiente para ocultar el olor a sudor ácido que desprendían los luchadores y que le hizo recordar sus años de karateka en un gimnasio del barrio obrero en que entonces residía.
Quizás fuera su imaginación, alterada por el cambio de huso horario, pero llegó un momento en que se sintió incómodo por las miradas del resto de espectadores, cada vez más insistentes. Al sumergirse de nuevo en el bochorno y el bullicio de la calle, el cansancio del viaje apareció de golpe. A punto de marearse, se apoyó en un muro y se deslizó hasta el suelo para descansar unos minutos.
En ese momento de indefensión, tal vez un poco afectado por el humo de la maconha, se le acercó un negro de cierta edad, que le preguntó qué buscaba. Trató de quitárselo de encima, pensando que sería uno más de los falsos guías, buscavidas y vendedores de lotería clandestina que perseguían a los turistas, y le contestó que no necesitaba nada.
—Pues si no necesita nada, lo encontrará en el primer piso —le contestó el negro, señalándo el interior de un portal cercano. Un pequeño rótulo escrito a mano indicaba: “Federaçâo de terreiros de candomblé e umbanda do Estado de Bahía”. Recordando la exposición que tanto le había impresionado diez años atrás, decidió entrar en la oficina. Allí le proporcionaron un listado de las sesiones a celebrar en la semana en curso y le recomendaron que no acudiese por su cuenta, sino que contratara a un guía entre los que pululaban por la Praça da Sé. Afonso Galinha, así se llamaba el que le tocó en suerte, le ofreció un paquete completo: recogida en el hotel, transporte privado hasta el terreiro de Oxumaré, acompañamiento durante los ritos, donativo para la comunidad y devolución al hotel.
Sentía una especial curiosidad por Oxumaré, una divinidad un tanto peculiar, que la mitad del año es masculina y la otra mitad femenina. Por eso, y porque uno de sus símbolos es el arcoíris, se suele asociar con el movimiento LGTB+. Por otra parte, también es la gran serpiente que se muerde la cola, representando la continuidad del ciclo vital en un claro paralelismo con la Trimurti hinduista, con la que más adelante entraría en contacto en Mamallapuram, en el estado indio de Tamil Nadu.Afonso Galinha cumplió su parte con honradez y los llevó a él y a su mujer hasta lo más profundo del barrio Federação en una furgoneta que compartieron con otros dos turistas españoles, mucho más jóvenes que ellos y que pensaban que iban a un espectáculo de música brasileña. Pese al mal aspecto de las calles que atravesaban, en aquella época Federação era considerado uno de los barrios más seguros de Bahía. En posteriores viajes comprobó que la zona había cambiado mucho y estaba en manos de la banda Bonde do Maluco, “Tranvía del Loco” en castellano, que ahora controla el tráfico de drogas en gran parte de la ciudad.
No entró muy tranquilo al recinto religioso; por su cabeza se cruzaban imágenes de vudú, de sacrificios de sangre, de muertos vivientes, de asesinatos rituales, de caboclos y de jagunços. Todos esos temores se esfumaron cuando penetró en la gran sala en donde pronto comenzarían las danzas de las divinidades.
Avanzó por el pasillo central de una nave bien iluminada, entre hileras de sillas de plástico, hasta ocupar un lugar en la tercera fila, con muy buena visibilidad de los tambores sagrados, los oficiantes y las filhas de santo que se preparaban para bailar.
No es fácil describir con detalle los ritos que se celebraron aquella noche, pero él asegura que, si en pompa y boato estaban muy por debajo de muchas ceremonias católicas, en pocas ocasiones había sido testigo de tanto fervor y participación de los feligreses. Para un profano no era sencillo entender qué sucedía en cada momento, entre otras cosas porque parte de los ritos se celebraban en otra zona del terreiro, vedada a los no iniciados.
Poco a poco se iba acelerando el ritmo marcado por los atabaques, con el que se acompasaban sus latidos. No se podían comparar sus sensaciones con el miedo que pasó durante la visita al mausoleo del imam Reza, pero notaba la tensión de penetrar en un espacio ajeno, cuyos códigos de conducta le eran desconocidos. Le tranquilizó la aparente ausencia de fanatismo y la naturalidad con que el resto del público charlaba, fumaba y saludaba a los conocidos. Cuando comenzaron a sonar los afoxés y agogós sagrados, el ambiente familiar y dominguero adquirió un tono más sosegado, de expectación y respeto a lo que allí iba a suceder. Él también se relajó.
Pronto se organizó una procesión, encabezada por una mai de santo, la líder religiosa del complejo, que abandonó el terreiro y recorrió las calles más cercanas. A su regreso a Cádiz, sus amigos le explicarían que era una ceremonia dedicada a Exú Tranca Ruas, una poderosa entidad que abre y cierra los caminos y a quien, en aquella ocasión, pedían que no dejase entrar a nadie con malas intenciones.
Ya de vuelta en el barracón y sin seguir, aparentemente, ningún orden ni cadencia, las filhas de santo que giraban al ritmo de los tambores iban entrando en trance: ojos en blanco, movimientos convulsivos y frases en la lengua sagrada indicaban que habían sido poseídas —cabalgadas— por un orixá. Era el momento más esperado, pues se generaba una vía de comunicación entre el mundo profano y el divino; a la vez, era el más peligroso, ya que el comportamiento de un orixá es siempre impredecible. De hecho, los demás participantes en el rito y los miembros del público abrían sus manos a la altura del pecho, en un gesto de protección ante la divinidad que se había encarnado en la adepta. Contagiado por la situación, le pidió a Exú Tranca Ruas que le abriera un nuevo camino en su vida.
A medida que avanzaba la noche y más danzantes entraban en trance, subía la tensión del ambiente. Continuaban llegando fieles y quedaban menos turistas. Hasta que, coincidiendo con la aparición de tres coches policiales con las sirenas en marcha, consideraron prudente regresar a su hotel. En el camino de vuelta, por las calles desiertas de los suburbios de Bahía, Afonso Galinha les explicó que los policías iban escoltando a un alto cargo, miembro del terreiro.
A su regreso a España, aparentemente, Exú cumplió su petición por partida doble. Surgía un nuevo partido, con líderes jóvenes, alejados de la vieja política y de las viejas formas. Llevaba muchos años sin participar en la política activa, por eso pensó que su petición en Bahía había tenido respuesta.
Asistió ilusionado, como mucha gente, a las primeras asambleas del nuevo partido. Al principio creyó volver a los años setenta, a la Revolución de los Claveles y al final de las dos dictaduras ibéricas. Em cada esquina un amigo, em cada rostro igualdade. Tardó casi tres asambleas en venirse abajo, en darse cuenta de que las prácticas cotidianas de la nueva política le recordaban demasiado a las de sus tiempos de estudiante. Detrás de cada esquina no siempre había un amigo.
Por suerte, pronto encontró otra opción política, mucho más cercana al asambleísmo y a la participación activa de los movimientos libertarios que tan bien conocía. K, con quien había perdido todo contacto, también habría disfrutado allí.
Esta vez sí encontró un nuevo y largo camino, con alegrías, desengaños y amistades sinceras. Se sintió un perro viejo que aprendía trucos nuevos.
Otra senda que le abrió Exú fue la de la escritura, a la que tantas satisfacciones debe. Por entonces publicó su primer libro, una recopilación de sus cuadernos de viajes por Indonesia, y, en 2016, su primera novela, Los cuadernos de Rekalde, en realidad una “autobiografía anhelada”, pues combinaba algunos episodios inspirados en la vida del autor con muchos otros que le gustaría haber vivido.
Entre ambas publicaciones, en el verano de 2015, el movimiento político en el que participaba consiguió dos concejales y entró en una coalición que se hizo con el gobierno municipal. Allí comprobó las muchas maneras de hacer política y que el mito del fin de las ideologías, como el del pensamiento único, se venía abajo con estruendo.
Un mes después de las elecciones, durante un nuevo viaje a Bahía, asistió a una sesión de umbanda, otra religión de posesión a medio camino entre el candomblé y el espiritismo, decepcionante al compararla con lo visto en el terreiro de Oxumaré. Los ritos eran menos ceremoniosos y más sincréticos que los anteriores; además, el panteón umbandista incluye no solo dioses africanos sino también entidades de muerto socioculturales, como prostitutas, marineros y otras categorías marginales.
Entre los participantes más activos, algunos tenían un punto gamberro, como si ellos mismos no se lo creyeran mucho. Recordó algunas manifestaciones populares de la religión católica, como la Cabalgata de Reyes o la procesión de la Borriquita, donde también parece más importante la diversión que el evento religioso que se conmemora.
En 2016 se produjo uno de los cambios más importantes en su vida: la jubilación, ese momento tan soñado como temido. Ahora sí, pensó, comenzaba su último capítulo y él estaba dispuesto a aprovecharlo hasta el colofón.
Fue entonces cuando realizó otro viaje, esta vez no intelectual sino real. Un largo recorrido en barcaza por el rio Congo, del que se habla en otro capítulo de este libro y donde aprendió a disfrutar de la soledad en medio de la gente.
Se apuntó también a varios talleres de escritura creativa, hasta que en uno de ellos se sintió a gusto. Lo animó mucho el ganar un par de premios literarios en muy poco tiempo, aunque no tardó demasiado en darse cuenta de que no era sino la suerte del novato y de que nunca llegaría muy lejos como escritor. No por ello dejó de intentarlo.
Las horas del día le parecían inagotables y, para escapar de la insoportable sensación de estar perdiendo el tiempo, se matriculó en las clases de ruso del Instituto Pushkin.
A finales de julio de 2019, gracias a la mediación de su amiga Hortensia, tuvo la oportunidad de mantener una larga conversación con Zé Paulino de Ogum, un pai de santo procedente de Salvador de Bahía, el equivalente en el candomblé a un párroco católico.
Estaba nervioso. Le imponía respeto la figura de Zé Paulino, con su cara inexpresiva, su cuerpo sin edad y su vestimenta, a medio camino entre lo hortera, lo fantástico y lo ceremonioso; por un momento dudó si aquel hombre, que no lo conocía de nada, sería capaz de averiguar su futuro. Su faceta agnóstica le decía que era imposible y que todo el attrezzo era solo un decorado para un pequeño timo, pero su lado literario le hacía esperar que lo que iba a escuchar, si no profético, fuese al menos verosímil.
Después de una breve charla de cortesía, Zé Paulino lanzó una y otra vez los cauríes sobre la mesa. La forma en que caían los dieciséis caracoles (boca arriba, boca abajo, uno sobre otro) y cómo se distribuían entre los dibujos bordados en el paño blanco que cubría la mesa daban respuesta a las preguntas que Zé Paulino les hacía mentalmente a los orixás. Arturo desconocía tanto las preguntas formuladas como la interpretación de los cauríes. Estaba en manos del pai de santo.
Después, Zé Paulino se lanzó a hablar sin interrupciones, en un portuñol periférico que él consideraba comprensible para cualquiera. Quizás por eso las notas tomadas por nuestro protagonista no sean demasiado fiables.
El comienzo no fue muy prometedor. Paulino se limitó a contarle una serie de lugares más o menos comunes sobre su pasado, como que había tenido algún problema leve de salud —¿quién no lo ha tenido a cierta edad?— o que en su vida todo marchaba bien, pero le faltaba alcanzar un éxito brillante, cosa que a todo el mundo le gusta creer.
Su discurso se animó cuando, después de nuevas tiradas de los cauríes, le aclaró una duda que hacía tiempo le intrigaba: ¿quiénes eran sus orixás, el equivalente de los santos patronos católicos? Paulino le indicó que quien gobernaba su trabajo era Ogum, como ya sospechaba. Ogum es el señor del hierro y del acero, patrono de los herreros, ferrallistas, mecánicos, ingenieros y otros trabajadores del metal. La que agradecía su trabajo era Iemanjá, señora del mar, protectora de los barcos y de los pescadores, dueña de los peces y los mariscos. La combinación de Ogum y Iemanjá apuntaba hacia su carrera de ingeniero naval y su trabajo en los astilleros. El patronazgo de Ogum quedaba reforzado, aunque Paulino no lo supiera, por la colección de machetes artesanales que colgaba de una de las paredes de su casa
Sin embargo, el orixá más importante en la vida de una persona, su orixá de frente, el que dirigía su pensamiento y su personalidad, era Xangô, dueño de los rayos, del trueno y del fuego. En palabras de Zé Paulino, Xangô é um rei, toda majestade, ele faz justiça. Ele tem paixões ocultas, que não revela. Ele não fala, apenas observa, planeja, comanda o que os outros têm que fazer. Quando as coisas não são feitas do jeito que ele quer, ele explode, mas depois passa. Ele tem as chaves do mundo.
Mientras escuchaba con mucha atención y procuraba tomar notas, no sabía hasta qué punto sentirse halagado o preocuparse por aquella asignación. Si el oráculo había acertado con Ogum y con Iemanjá, parece lógico que también lo hubiera hecho con Xangô, el más poderoso de los orixás, el que custodiaba las llaves del mundo.
La parte mala de Xangô es que sus protegidos, con cierta tendencia a la obesidad y una fuerte dosis de energía, suelen poseer una autoestima demasiado elevada, un perfeccionismo un tanto obsesivo, ser autoritarios y agresivos y creerse en posesión de la verdad. Para rematar, cuando se les contraría pueden tornarse violentos e incontrolables. Poco había en su personalidad que escapara de aquella descripción.
A fecha de hoy sigue pensando que habría sido mucho más sencillo estar bajo el patronazgo de san Arturo de Irlanda, un personaje humilde, caritativo y obscuro, que de Xangô, una entidad bastante imprevisible y difícil de satisfacer.
Para relajar un poco la tensión provocada por estas revelaciones, Zé Paulino bajó el tono al decirle que el orixá que le acompañaba era Oxalá, padre de todos los orixás del candomblé y creador del mundo. Oxalá repele las energías negativas, eleva las positivas y, en su caso, le daba la paciencia necesaria para seguir escribiendo pese al poco éxito de sus libros.
Zé Paulino lanzó de nuevo varias veces los cauríes para augurar el futuro, pero cayó de nuevo en lo previsible: viajaría para encontrar nuevas ideas, aunque esas ideas vivían ya en su interior; en ese viaje iba a recuperar algo muy importante, algo que le daría más fuerza, y las puertas de su vida comenzarían a abrirse en un año.
La sesión finalizó con el pago de la tarifa establecida y la entrega de un pequeño óbolo para que Zé Paulino, cuando estuviera de vuelta en su terreiro, hiciera una ofrenda a Xangô.
Poco antes de cumplirse ese plazo de un año publicó su segunda novela, El olor de un diamante, que bien podría confirmar las profecías de Zé Paulino sobre un éxito brillante si, a los pocos días de su presentación en público, no se hubiera declarado la pandemia del coronavirus, cancelado toda la promoción de la novela y desaparecido de nuestras vidas los viajes. Aunque esta situación podría considerarse un rotundo fracaso de las predicciones del brasileño, también se puede interpretar como una premonición del largo y profundo viaje interior que muchos han realizado sin salir de sus casas.
Pero todo termina y, con el tiempo, acaba olvidándose. Muchas de las personas citadas en este libro han muerto; gran parte de los episodios históricos que sirven de telón de fondo a algunos capítulos, como la Guerra Fría, las revueltas del pan de Marruecos, la matanza de Tlatelolco o la Revolta de Sant Cugat desaparecerán de la memoria colectiva y pasarán, con suerte, a los libros de historia; hasta la lucha de clases, a la que tantos esfuerzos ha dedicado nuestro protagonista, parece ahora un concepto obsoleto y sin futuro.
Algún día, también, terminará esta historia que, por ahora, se queda en un final abierto.
SI QUIERES LEER OTROS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO, PINCHA EN EL ENLACE CORRESPONDIENTE:
Santa María Goretti, san Tarsicio y san Agilolfo
San Andrés de Teixido y otros santos navegantes
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