sábado, 1 de junio de 2024

Los 35 santos de mi vida - 8 - LOS NIÑOS SANTOS

Después de las primeras semanas en México DF, vino una racha difícil. Se le acabó el dinero traído de España, no lograba encontrar trabajo y la policía mexicana, a petición de la española, iba apretando el cerco en torno a él. A Isaac no le iba mucho mejor. Recién expulsado, esta vez definitivamente, de la Normal, temía ser víctima de los Escuadrones de la Muerte.

Fue entonces cuando Isaac le propuso rebajar la presión yéndose una temporada a la comunidad mazateca de la que él procedía, en el estado de Oaxaca y, de paso, pedir ayuda a María Sabina, la mujer del libro blanco, una anciana que, según él, dominaba el rito de los Niños Santos, unos hongos alucinógenos.

Muy poco antes, Arturo había leído el libro de Castaneda sobre el uso de sustancias psicotrópicas en determinados cultos indígenas mexicanos y le había parecido un asunto un tanto turbio, pero Isaac le insistió en que esto era algo muy serio y que sus compañeros mazatecos consideraban que los yaquis habían perdido el control sobre las propiedades mágicas y sanadoras de los hongos. 

A primeros de diciembre emprendió una nueva etapa dentro de su huida de España.

Un microbús desvencijado que hacía el interminable trayecto entre Tehuacán y Coatzacoalcos los dejó a primera hora de la mañana en un cruce de caminos, en lo alto de la Sierra Madre Oriental. Desde allí, Isaac y él caminaron varias horas por un carril hasta llegar a San Antonio Eloxochitlán, donde pudieron comer unos tacos en un puesto callejero.

Después de otras tres horas por senderos del monte, alcanzaron la comunidad en donde vivían los padres de Isaac. Entre bosques de pinos y madroños se diseminaba una docena de cabañas en las que vivían unas cincuenta personas, casi todas ancianos, mujeres y niños. La mayoría de los hombres habían tenido que emigrar a la ciudad, desde que la construcción de una presa en el río Papaloapán los había expulsado de las tierras de cultivo más fértiles.

No fue fácil que le autorizaran a quedarse allí unos días; los indígenas veían con recelo la presencia de un extraño, por muy amigo que fuera de Isaac. Más difícil fue conseguir que le dejaran visitar el lugar donde María Sabina oficiaba su ministerio; casi tres días estuvo reunido el Consejo para tomar una decisión. A él, como ajeno a la comunidad, no le permitían asistir a las deliberaciones, mientras que Isaac, que no dominaba del todo el idioma de sus padres, solo le contaba que no había acuerdo en mostrar sus secretos a un gringo.

Mientras, él se entretenía leyendo un libro que le había prestado Isaac para el viaje. Era una recopilación de artículos de Flores Magón, filósofo anarquista inspirador de la revolución mexicana. Al parecer, la discusión se inclinó a su favor cuando el padre de Isaac reconoció al autor del libro, uno de los mazatecos más respetados. Él le abrió las puertas de los Niños Santos.

Todavía tuvo que esperar en la aldea otros tres días, obligado a mantener una dieta vegetariana y abstenerse de todo tipo de relaciones sexuales y del consumo de alcohol y otras drogas. Por suerte, estas condiciones eran sencillas de cumplir en aquel lugar perdido en lo alto de la sierra.

Una vez purificado, el día designado para el rito Isaac y él salieron de la aldea, vestidos de blanco y con las ofrendas para la chamana: fruta, flores y una vela. El gringo llevaba los ojos vendados para preservar el secreto del lugar del rito.

Cuando un par de horas después le quitaron la venda, se encontró en un patio adosado a una cabaña y cercado por un murete de piedra seca. Además de Isaac, lo acompañaban su madre y otras cinco o seis mujeres, todas cubiertas con sus huipiles de fiesta. Un anciano, vestido como ellos íntegramente de blanco, los contemplaba desde un segundo plano. En el centro del patio las mujeres estaban preparando un altar con las flores, frutas y velas de las ofrendas. Isaac colocó al pie del altar varios objetos personales, que quería cargar con la energía de los hongos, y le animó a hacer lo mismo.

Una de las mujeres resultó ser María Sabina, la chamana que dirigía la ceremonia. A través de Isaac le hizo una serie de preguntas para conocer el motivo de su visita y el objetivo que esperaba alcanzar con la ayuda de los Niños Santos. Solo cuando se quedó convencida de la pureza de sus intenciones, se sentó y comenzó a cantar una extraña melodía, acompañada por el sonido rítmico de un palo con el que golpeaba un caparazón de tortuga.

Se acercaba el momento crucial. La chamana sacó de un cesto un puñado de hongos desecados, con un aspecto similar al de los rebozuelos, pero de un color mucho más apagado, casi terroso. Siguiendo las instrucciones de Isaac, él hizo las peticiones que traía preparadas: quería salir vivo de México y llegar a España. Después los comió lentamente, paladeando cada mordisco.

En los primeros minutos no sintió nada especial y llegó a pensar que la chamana se había equivocado de hongos; por unos segundos le entró el pánico de haber comido alguna variedad venenosa. María Sabina seguía cantando, acompañada en ocasiones por el resto de las mujeres.

No habría transcurrido ni media hora cuando el canto de la chamana empezó a tomar forma. El azul del cielo se iba transformando y cambiaba de tono como si fuera parte de la melodía. Pronto, todos sus sentidos quedaron trastocados. Las montañas eran sonidos agudos, los árboles surcaban las escalas más graves; el olor de su sudor se volvió cálido y suave, mientras que el del estiércol de las gallinas le arañaba la piel como un papel de lija; los bordados rojos de los huipiles sabían a lima y el verde de las montañas le picaba en la garganta como un chile jalapeño. Los hongos habían tomado el control de su mente. Todas sus percepciones, y él mismo, se disolvían en la melodía de las mujeres.

Las alucinaciones continuaron durante toda la noche, acompañadas de nuevas ingestas del hongo. Los objetos que tenía a su alrededor se transformaban en otros en un tiovivo continuo. Una flor de la ofrenda se tornaba en árbol de la vida que crecía hasta el cielo; una de las figuras del árbol se le acercaba, y era él dentro de treinta o cuarenta años, portando varios libros entre las manos; su ojo derecho rodaba por el suelo y se convertía en el centro de un huracán; cientos de alebrijes lo rodeaban, con una actitud entre protectora y amenazante, y así hasta el agotamiento absoluto.

En medio de aquel torbellino, unas frases se repetían en su cerebro: Trabaja para los otros. Tú eres los otros. Los otros son tú. En algunos momentos se veía a sí mismo avanzando por un camino, dejando atrás a muchas caras conocidas: sus padres, sus hermanas, amigos, compañeros de lucha y de estudios… Todos lo empujaban hacia adelante, lo animaban a seguir caminando.

Había perdido el control del tiempo, pero conforme se aclaraba el cielo con las primeras luces del amanecer, se fueron disipando los efectos de los Niños Santos.

Cuando se preparaban para volver a la aldea, a través de Isaac le pidió a María Sabina que le explicara el significado de lo que había visto o soñado, pero la chamana se negó, indicando que las visiones eran personales, que no debía contárselas a nadie y que él mismo, cuando estuviera preparado para hacerlo, iría averiguando su significado.

Tal vez fuera la suerte o quizás la protección de los Niños Santos, pero en unas semanas pudo regresar a España, sin ningún problema con la policía mexicana ni con la española.

Meses después, Isaac dejó de contestar a sus cartas. Con el tiempo, pudo saber que había pasado a ser uno más de los miles de personas que desaparecen cada año en su país. En su caso, las pistas no apuntaban hacia ninguna de las bandas de narcotraficantes que operaban en torno al golfo de México, sino a un grupo de agentes del CISEN con el apoyo del MI6 británico.


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Nihil obstat

Los santos desaparecidos

San Arturo de Irlanda

San Baltasar

Santa María Goretti, san Tarsicio y san Agilolfo

San Andrés de Teixido y otros santos navegantes

Genarín de León

La santa Muerte

Los niños santos

Fermín Salvochea

San Simón el estilita y otros santos locos de Oriente

El divino prepucio

Los gusanos sagrados

San Cucufato

El imam Reza

El gauchito Gil

Xangô y sus otros orixás

Notas y santoral

Bibliografía y Tibi gratias ago

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