sábado, 1 de junio de 2024

Los 35 santos de mi vida - 7 - LA SANTA MUERTE

Por aquellos años, la presión policial en España contra el movimiento anarquista era muy intensa y los compañeros de la Federación de Grupos Autónomos le habían aconsejado que se marchase una temporada al extranjero, mientras las cosas se calmaban un poco. Les hizo caso, sin imaginarse que al otro lado del mar le esperaba un peligro mucho mayor. Se marchó una temporada a México DF, donde Isaac Tepetl, su silencioso compañero de celda en Londres, seguía matriculado en la Escuela Normal Superior.

Sus actividades en aquella capital inmensa y desbordante se limitaban a la lectura, el paseo y alguna reunión con otros exiliados. Aprovechó para ponerse al día de los escritores mexicanos del momento, desde Carlos Fuentes hasta Octavio Paz, pasando por Juan Rulfo y el intragable Monsiváis, y para patearse todos y cada uno de los museos que había en la ciudad.

Una de sus visitas más emotivas fue la que hizo con su amigo Isaac a la Plaza de las Tres Culturas. Allí, sentados en la cafetería del museo memorial de la matanza del 68, Isaac le contó cómo había logrado sobrevivir.

Había sido un miércoles, dos de octubre —su amigo todavía recordaba la fecha exacta—, cuando acudió con sus compañeros y varios miles de estudiantes más de todos los centros de la UNAM a una manifestación contra la brutalidad policial.

La ciudad se preparaba para celebrar los XIX Juegos Olímpicos, que comenzarían pocos días después, y el gobierno mexicano, presidido por el represor Díaz Ordaz, no estaba dispuesto a tolerar lo que llamaba alteraciones del orden público. Los manifestantes no conocían la trampa que habían preparado entre el Ejército y los paramilitares del Batallón Olimpia.

La columna de los normalistas, con la que marchaba Isaac, salió de Azcapotzalco y, casi tres horas después, entró en la plaza de Tlatelolco desde el noroeste. Iban exultantes. Somos dos, somos tres, somos mil y veintitrés, como en la canción de Moustaki. Veían la revolución al alcance de la mano.

Serían unas diez mil personas, entre estudiantes, familiares y otros grupos que apoyaban la protesta, cuando un helicóptero que sobrevolaba la plaza lanzó una bengala, dando la señal para que comenzara la matanza. Los soldados habían tomado todas las salidas y los paramilitares disparaban desde los balcones y el tejado de la iglesia. Muchos de los manifestantes yacían inmóviles sobre los adoquines, nadie sabía si muertos o heridos.

Isaac se tiró al suelo; la plaza no ofrecía ninguna protección contra los disparos, que llegaban desde todas partes. El hombre tumbado junto a Isaac no dudó un momento: rasgó en dos un pañuelo blanco, se amarró la mitad en la muñeca y le pasó la otra mitad a su compañero.

—No se le debe temer a la muerte —le dijo—. Es inevitable, pero conviene tenerla de tu lado. Cuando notas que te persigue cada vez más cerca, cuando sientes su hálito en la nuca, es el momento de pedirle ayuda. Solo la Niña Blanca puede salvarnos, rézale conmigo.

Entre el estruendo de los disparos y los gritos de los heridos le habló de guadañas y de puertas, de caminos y de amparos.

Cada vez que un soldado les apuntaba y ponía un dedo en el gatillo, bastaba con que alzaran los puños forrados de blanco para que las armas se apartasen de ellos. Fuese por intercesión de la santa Muerte o por algún otro milagro, Isaac y su salvador consiguieron escabullirse de la plaza sin un solo rasguño. Nadie durmió aquella noche de sangre; ellos amanecieron a la puerta del mercado de Sonora, donde se encontraba uno de los muchos altares consagrados a su salvadora.

Isaac le contó con todo detalle que allí, en uno de los puestos más recónditos, se levantaban dos estatuas de tamaño natural. Una de ellas era similar a la clásica representación cristiana de la muerte, un esqueleto con capucha y guadaña, pero vestido con ropajes blancos cubiertos de billetes de pesos de todas las denominaciones. La otra, según Isaac, era Mictecacihuatl, su equivalente azteca: también un esqueleto, esta vez de color negro y adornado con un penacho de plumas multicolores. La misma imagen en la que artistas como José Guadalupe Posada y Diego Rivera se inspiraron para crear la famosa Catrina.

El hombre habló en voz baja con una mujer, al parecer la encargada del altar. Querían agradecerle un favor a la santa y la india los fue guiando a lo largo de diferentes ritos: ahumar las imágenes con un puro, ponerles un cigarro en la mano, ofrecerles un vaso de mezcal, colgarles un rosario al cuello y dejar a sus pies algún dinero, en un espacio repleto de billetes, joyas, fotos y escudos de fútbol.

Los ritos y ofrendas parece que llegaron a su destino, porque ambos consiguieron salir de la capital sin que ningún policía les pidiera la documentación.

Isaac dejó de hablar, pero las lágrimas seguían bajando por su cara. Impresionado, Arturo le pidió que lo llevara a aquel puesto de Sonora, pero no lograron dar con él. Muchos años más tarde, en el verano de 2011, Arturo aprovechó unas vacaciones en Coyoacán para conocer algo más sobre la Santa Muerte. Para ello, fue a visitar a Enriqueta Vargas, apodada la Madrina, que había asumido hacía poco el liderazgo del Templo Santa Muerte Internacional después de que su hijo de 26 años, conocido como Comandante Pantera, muriera en un tiroteo.

Al principio, la Madrina se mostró muy reacia a hablar con un gringo, pero, después de que él le contara cómo su amigo se había salvado de la masacre de Tlatelolco, se relajó y aceptó dedicarle unos minutos para hablar de su culto. Le explicó que la santa Muerte formaba una parte muy importante de las creencias religiosas en las zonas más conflictivas de México y el sur de Estados Unidos. Según la Madrina, el culto a la santa Muerte, la Flaca, la Niña, la Blanca o el Ángel de la Muerte contaba con entre 10 y 12 millones de devotos, sobre todo en México, con un número significativo en los Estados Unidos y otros países de Centroamérica.

La Iglesia Católica no reconoce el culto, pero este rechazo no impide que exista una potente simbiosis entre ambas creencias.

Además de la ya citada Enriqueta Vargas, otro de sus principales líderes es David Romo Guillén, autoproclamado arzobispo de la Iglesia Santa Católica Apostólica Tradicional México-USA (ISCATMEX-USA), que propugna que el 15 de agosto, día de la santa Muerte, sea declarado de descanso obligatorio en todo México. En cambio, según la Iglesia Católica Ortodoxa de Curas Sanadores, la festividad debería celebrarse el día de Viernes Santo. Pese a la similitud de nombre, no se debe confundir la santa Muerte con san La Muerte, muy popular en los países ribereños del Río de la Plata.

En 2013 un taxista le contó la historia de este otro santo, durante un largo recorrido en coche por los esteros de Iberá. Él habría preferido que el conductor estuviera más atento a la pista de tierra, en muy mal estado, y a la tormenta que se avecinaba y que podía dejarlos aislados en mitad de la nada, pero el taxista insistió en seguir hablando de su santo patrón.

Según su versión, a principios del siglo XVIII un monje jesuita se apartó de su misión oficial de propagar la fe católica entre los guaraníes para curar sus cuerpos en lugar de sus almas, a la vez que aprendía de ellos el uso de diversas plantas medicinales. Las autoridades lo acusaron de brujería y lo emparedaron en régimen de total aislamiento. Meses después, cuando sus carceleros derribaron el tabique que sellaba la puerta de su celda, se encontraron con que solo quedaba un esqueleto, que levantó su brazo y señaló a quien lo había acusado falsamente. Pocos días más tarde, todos los que habían participado en su encarcelamiento murieron de enfermedades misteriosas.

Lo que une a ambas figuras, la santa Muerte y san la Muerte, es algo que los diferencia rotundamente de los santos de las religiones dominantes: a ambos se les puede pedir que ejerzan el mal contra alguien para vengar una injusticia, lo que algunos llaman magia negra.

Nuestro protagonista confiesa que solo ha pedido el mal en algunos casos muy justificados. Sin embargo, desde que la Niña Blanca le ayudó en un mal trance, no deja pasar ningún 15 de agosto sin celebrar su día y agradecerle que hasta ahora no haya querido llevarlo con ella.


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Nihil obstat

Los santos desaparecidos

San Arturo de Irlanda

San Baltasar

Santa María Goretti, san Tarsicio y san Agilolfo

San Andrés de Teixido y otros santos navegantes

Genarín de León

La santa Muerte

Los niños santos

Fermín Salvochea

San Simón el estilita y otros santos locos de Oriente

El divino prepucio

Los gusanos sagrados

San Cucufato

El imam Reza

El gauchito Gil

Xangô y sus otros orixás

Notas y santoral

Bibliografía y Tibi gratias ago

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